31.7.98

EL PRÍNCIPE LUISIO Y EL EXTRAÑO ARTILUGIO


Hace algún tiempo, en un reino muy lejano llamado Cordobia, vivía una princesa de cabellos dorados y ojos claros, la princesa Marisia.

La princesa Marisia y su esposo el príncipe Chateau vivían en un palacio muy especial, era una casa principesca, por supuesto, pero muy muy especial: Los lugareños contaban innumerables leyendas e historias sobre extraños sucesos maravillosos, curaciones repentinas y muchas cosas más acaecidas en la casa. La gente comenzó a conocer el palacio de la princesa Marisia como La Milagrosa, debido a los extraños poderes que las gentes le atribuían.. 

Situado en una ladera de suave pendiente, La Milagrosa era un palacio con solera, con muchísimos cuadros, esculturas y cosas exquisitas traídas de los más recónditos países. Los príncipes Marisia y Chateau dispusieron que el palacio contara con diversas zonas de recreo y descanso: el jardín arbolado e inclinado, a la izquierda de "la vía de piedra", que daba acceso a la fachada principal del palacio. En una zona escondida de este jardín se encontraba la casa de los guardeses de palacio, dos extrañas criaturas peludas que recibían a los visitantes de un modo extraño, ya que acudían a la puerta, veían al visitante y huían temerosos. 
Cerca de la casa de los guardeses había una enorme jaula transparente llena de las más encantadoras y exóticas aves, para que con sus trinos alegraran al recién llegado. 
La vía de piedra te lleva directamente a "la puerta penumbra", lugar donde se dejaban los carruajes y se descargaba tanto la mercancía como el equipaje de los huéspedes. 
De aquí, se pasaba al acceso principal de la casa.
El interior y el resto de la casa no tienen descripción posible, ya que quedaría empobrecida al no poder encontrar palabras para describir tanta maravilla.

De la decoración se había encargado fundamentalmente la princesa Marisia, persona de gusto exquisito, tanto por herencia genética y la influencia ejercida por un entorno artístico y amistades de gusto sublime, como por todo lo que la princesa ha ido aprendiendo a lo largo de su vida, sus lecturas y su sinfín ir y venir a exposiciones y salas de arte.

Marisia llevaba bastantes meses, o quizás años, queriendo tener un bebé, un nuevo príncipe que hiciera las delicias de su madre y del príncipe Chateau, su futuro papá.

Y así, se dispusieron manos a la obra. El príncipe Chateau, conocedor del arte de la alquimia y del birlibirloque, conquistaba con sus encantos a la ya enamorada princesa Marisia, la cual, a su vez, envuelta en un increíble halo mezcla de voluptuosidad, amor, seducción, encanto y artes de mujer, hacía caer al príncipe alquimista en sus brazos.

Y así fue como el principito Luisio fue concebido. Toda la familia principesca se hallaba muy contenta por la buena nueva.

Cuando nació Luisio todo fue una fiesta. El joven principito era un bebé muy muy bueno: Comía, dormía y se portaba estupendamente, digno de su condición real.

Pero un buen día el principito empezó a tener problemillas para conciliar el sueño porque los trinos de las hermosas aves de la jaula transparente que solían acompañarle en las noches de calor desaparecieron.

Unas personas sabias, venidas del sur del país le regalaron al joven príncipe un extraño artilugio parecido a un móvil, proveniente de la India, consistente en muchísimas aves convertidas en trapo unidas por innumerables perlas engarzadas en un cordel de seda. Este extraño artefacto acababa en una especie de pequeño cencerro, que al hacerlo sonar o cuando el viento mecía el artilugio, reproducía el sonido de las aves que tanto echaba de menos el príncipe Luisio.

Los padres del príncipe Luisio (la princesa Marisia y el príncipe alquimista Chateau) al ver lo contento y lo bien que dormía el joven príncipe, a quien le encantaba mirar y re-que-te-mirar el extraño artilugio, decidieron otorgar a los viajeros venidos del sur el derecho de hospedaje y consumo de viandas y bebidas exquisitas en el palacio de La Milagrosa cada vez que los viajeros decidieran la visita.

Y así fue como se hizo, y éste es el extraño artilugio que los viajeros venidos del sur regalaron al joven príncipe y que hizo las delicias del mismo.

MAG