Antes de morir, le hizo prometer no derramar sus grises lágrimas y recogerlas con el tubo de ensayo, para después regar el laurel bajo el cual ella yacería.
A través de aquellas gafas, de cristales delatadores de miopía, miraba el pasar del tiempo en su reflejo del espejo, de donde pendían hoy fotos de ella en ocre.
Rebuscaba su vida, escondida entre las arrugas que pueblan su antes hermoso rostro, preguntándose por qué el desperdicio de aquellos momentos ya irrecuperables.